jueves, 22 de septiembre de 2011

Nuevas lapiceras


La perfecta imperfección

Uno de los elementos esenciales del artesano exitoso es reconocer que la perfección no necesariamente embellece su obra.
Yo observo mucho los árboles, y lo que más me atrae de ellos es su sentido de imperfección. Sus ramas no siguen la misma dirección, el mismo patrón, sólo buscan la luz y en su camino se cruzan, se entrelazan, bajan y vuelven a subir, se dividen, se secan. En conjunto son hermosos, y su perfección se encuentra en su misma asimetría.
Esa es la característica necesaria para alcanzar la belleza final.
¡A ver! El artesano elabora primero un esbozo casi tosco, bruto. Luego lo va definiendo, resalta algunos detalles o los exagera, otros detalles los omite y al final, pule. El resultado final no es un elemento de sublime perfección, sino, un elemento imperfecto, pero de belleza general.
¡Ojo!, no me opongo a la perfección, pero en lo que respecta al objeto artesanal, pienso que la perfección absoluta desvía la visión del observador público hacia el artesano y no hacia su obra. Nos asombramos de la habilidad de sus manos, hacia su capacidad y talento, y así, sin querer, menospreciamos el valor de la obra misma, lo que ella trasmite. Así, aquel que obtiene el producto final por el nombre del autor o por su capacidad de hacerla perfecta, llega a su casa, la coloca en un estante protegido para que nadie la toque, y sólo disfruta de su perfección cuando viene alguien y él puede decirle "esto lo hizo..." 
La artesanía tiene, o puede tener un fin práctico o un propósito terapéutico. A veces un definido propósito espiritual o el fin de permitirnos soñar. Aquel que sabe de artesanías disfruta del movimiento, de la luz, de los colores, de las formas, de las texturas por el contacto con ellas. Y las usa, y juega, y sueña con ellas.
No siempre es del gusto de todos. Eso es lo bueno. Es una obra artesanal esperando un dueño específico. Alguna artesanía está años siendo ofrecida, hasta que un buen día, alguien aparece, la ve, se enamora de ella y la lleva. Resulta que detrás de esa persona hay otra que dice: "¡Cómo puede gustarle eso!" 
El comprador paga por la obra, pero es como si la obra eligiese al comprador.
En definitiva, La perfección de una obra está, por supuesto, en la falta de la misma.