No recuerdo si para un día del padre o un cumpleaños de papá le regalé este porta lapiceras hecho por mí. Era una lata de arvejas recubierto en tela. El lo llevó a su trabajo y lo colocó en su escritorio, y aunque varias veces trasladaron su oficina, el lapicero continuó siempre en su lugar. Puede que haya tenido 8 o 9 años, y ahora tengo 40. Así que ya pasaron varios añitos desde este "original y artístico" regalo que le hice a papá. El día en que se jubiló y pasó a buscar sus pertenencias por la oficina se lo trajo a casa. Hoy ocupa un lugar importante en su oficina en casa... su escritorio. Ya le falta la nariz y una oreja, pero ¡con qué orgullo mira ese perro pasar los años desde cualquier escritorio que se le asigne!
Yo actualmente guardo todas las obras artísticas de mis hijos con la esperanza de que en el futuro ellos sientan que todo aquello que hacen con sus manos con esfuerzo, será reconocido y apreciado por alguien que los ama.